The Golden Rock (Kyaiktiyo Pagoda) – Dusty Paths & Pilgrim Monks

Yangon hat uns ja schon etwas verwirrt zurückgelassen. Auf der einen Seite sieht man die Jahrhunderte alten und eindrucksvollen Stätten der buddhistischen Religion und trifft sehr sympathische Menschen sich freuen wenn sie ein wenig mit den Ausländern plaudern können Weiterlesen…

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Yangon hat uns ja schon etwas verwirrt zurückgelassen. Auf der einen Seite sieht man die Jahrhunderte alten und eindrucksvollen Stätten der buddhistischen Religion und trifft sehr sympathische Menschen sich freuen wenn sie ein wenig mit den Ausländern plaudern können. Sowohl Frauen als auch Männer tragen fast alle Longhi hier (eine Art Wickelrock), achten auf ihr Äußeres und sind allgemein traditionell und schick angezogen. Die westliche Mode hat ihren Siegeszug zum Glück hier noch nicht angetreten. Auf der anderen Seite aber laufen schon viele Birmesen mit Smartphone herum, es gibt sehr viele vermeintliche Markenprodukte zu kaufen (Nivea, etc.), Samsung, Canon oder Nikon Shops mit allen Modellen in modernen Glasfronten und es fahren auch schon einige schicke Limousinen hier rum. Um etwas dem Großstadtkommerz zu entkommen und vielleicht etwas mehr von dem Antriebsmotor Myanmars kennenzulernen, haben wir uns entschieden eine der wichtigsten Pilgerstätten des Landes aufzusuchen – den goldenen Fels oder besser gesagt die Kyaiktiyo Pagode. Diese kleine Pagode ist auf einem großen goldenen Fels errichtet worden, der so aussieht als ob er jeden Moment den Berg Kyaiktiyo hinunterrollen könnte. Der Legende nach wird der Felsen von einem Haar Buddhas in Position gehalten, das ein Eremit von Buddha persönlich bekommen und, in seiner Haarpracht versteckt, sicher zum König gebracht hatte. Dem Wunsch des Eremiten das Haar in einem Stein mit seiner Kopfform unterzubringen konnte der König dank seiner übernatürlichen Kräfte, die er praktischerweise von seinem Alchemisten-Vater Zawgyi und seiner Drachenkönigsmutter geerbt hatte, nachkommen und holte den Stein aus den Tiefen des Meeres um ihn auf den Kyaiktiyo Berg zu platzieren.

Nach einer kurzen Nach in Kinpun haben wir den 5-stündigen Marsch auf den Gipfel angetreten und waren überrascht, dass uns schon um 8 Uhr morgens so viele Leute entgegen kamen. Die freudigen Pilger hatten anscheinend zu hunderten oder tausenden auf dem Gipfel in der Nähe des goldenen Felsens übernachtet und sind früh am Morgen schon wieder gen Tal aufgebrochen. Der Aufstieg ist allgemein recht unspektakulär und der Weg ist einfach zu finden da alle paar Meter eine Holzhütte Erfrischungen, Obst oder andere Dinge anbietet. Diese anderen Dinge sind für uns doch teilweise ganz schön bizarr. Viele der Händler haben sich darauf spezialisiert aus Bambus Panzer- und Hubschrauber Modelle oder Schwert- bzw. Maschinengewehr Attrappen zu bauen. Letztere werden noch schön im Militär Stil bemalt und fertig ist das adäquate Spielzeug für den Nachwuchs. Sogar einen Mönch sahen wir mit so einer überdimensionierten Waffe den Weg entlangschlendern – die Zielgruppe sind aber wohl Kinder und Jugendliche. Für die Erwachsenen Pilger gibt’s allerlei Heilsmittel zu kaufen, zerstoßene Schlangenhaut und vieles anderes eingelegtes Getier. Früher wurden hier wohl sogar Bären oder Tigertatzen verkauft, die sind aber mittlerweile um das Gebiet herum ausgestorben. Sogar Panther soll es in den Wäldern gegeben haben, aber die Spezialitäten Jäger machen vor nichts Halt. Nach circa 4 Stunden Aufstieg kreuzt man die Asphaltstraße auf der die Masse der „Pilger“ den Berg auf der Ladefläche von Lastwägen hochgekarrt wird. Kolonnenweise befördern diese anscheinend zehntausende jeden Tag zum goldenen Felsen, an besonderen Festtagen können es auch schon mal 40.000 sein. (Wir haben übrigens während unseres gesamten Aufstiegs nicht einen weiteren Pilger gesehen der ebenfalls zu Fuß auf den Berg gekommen ist) Anhand dieser Massen an Menschen hätte uns nicht überraschen sollen, dass oben anstatt im Gebet vereinter Gläubiger eher ein großes Chaos herrscht. Um den Felsen herum haben sich hässliche moderne Gebäude angesiedelt die der religiösen Bedeutung des goldenen Felsens nicht gerecht werden. Unsere Pläne wie tausende andere die Nacht auf dem Gipfel zu verbringen um den Sonnenaufgang zu erleben haben wir verworfen. Die Hotels (über 100 $) und die 2 Hostels (über 40 $) kamen für uns preislich nicht in Frage und waren sowieso ausgebucht. Wir hatten ursprünglich geplant (eigentlich Ausländern nicht erlaubt) in einem Restaurant oder unter freiem Himmel zu übernachten, allerdings änderte sich an der Stimmung auch nach Sonnenuntergang nichts so dass wir schnell noch auf den letzten Pickup ins Tal aufgesprungen sind. Naja, eine Dusche im Hostel in Kinpun hörte sich auch verdammt verlockend bevor es am nächsten Tag schon wieder auf die nächste Busreise gehen sollte.

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Lo primero que le sorprende a uno al llegar a Myanmar es la amabilidad y la simpatía de su gente. No hay interacción que no comience con una amplia sonrisa, la que se mantiene a lo largo de toda la conversación y nadie sube la voz más de lo necesario. Resulta difícil enfadarse con ellos, o tomarse algo a malas, aunque no den una con los horarios de autobuses y nos manden a la estación de autobuses que no es, a una hora en taxi de la estación correcta… Acabamos dando un par de vueltas más de lo necesario cargados con las mochilas y llegamos a la estación un par de horas más tarde de lo previsto pero con esas sonrisas que derriten a cualquiera se les perdona todo.

En la estación nos esperaba el jaleo habitual, una avalancha de agentes de las diferentes compañías peleándose por vendernos sus billetes. Respiré hondo e intente mantener la calma, algo que en situaciones así, a pesar del trote que llevamos, me sigue costando lo suyo. Tras un buen rato de negociaciones, compramos nuestros billetes, sin saber muy bien cuando llegaríamos a nuestro destino y es que en Myanmar trae mala suerte preguntar por la duración del viaje… se tarda lo que se tarda!

Ya había anochecido cuando llegamos a Kinpun, el campamento base desde donde sale el camino de peregrinación hasta la pagoda Kyaikhtiyo y su famosa roca dorada, uno de los templos budistas más sagrados del país. Según la leyenda, un niño podría moverla con un simple empujoncito, pero la roca se mantiene inamovible desafiando las leyes de gravedad desde tiempos inmemoriales. Ni siquiera los terremotos sufridos en la zona a lo largo de la historia han conseguido desplazarla, todo gracias al supuesto pelo de Buda guardado en el interior de la estupa que mantiene en equilibrio la sagrada mole.

La noche fue cortita y estuvo llena de interrupciones. La mayoría de los peregrinos prefiere evitarse las 5 horas de caminata colina arriba, colina abajo, y optan por subir en camioneta, que empiezan a hacer sus primeros viajes a las cuatro de la mañana despertado a todo el pueblo. Nosotros queríamos ser peregrinos de los de verdad y hacer los 15  kilómetros a pie como marca la tradición. Así que con algo de falta de sueño pero con el estómago lleno tras el potente desayuno nos pusimos en marcha hacia la roca sagrada. El sol calentaba con fuerza ya desde la mañana, pero se hacía bastante llevadero, pues gran parte del camino transcurre en sombra, en parte gracias a la vegetación pero sobre todo gracias al sinfín de cabañas de bambú en el borde del camino vendiendo suvenires, comida y refrescos, la mayoría del ellas con tejaditos, que se agradecen y mucho. Lo que más nos sorprendió además de los puestos que vendían pezuñas de cabra y otros elixires afrodisiacos, fueron la cantidad de puestos vendiendo armas de juguete hechas con cañas de bambú. Había de todos los tamaños, desde pequeños revólveres hasta ametralladoras de más de un metro, y si ya chocaba el hecho de que estos juguetes se vendieran en un lugar sagrado, más aun ver a monjes peregrinos comprándolos. Pero los monjes se merecen un capítulo aparte…

Apenas coincidimos con otros peregrinos en todo el camino, y los pocos con los que nos encontramos eran burmeses que bajaban caminado tras haber pasado la noche en el templo. Pero esta tranquilidad se acabó en cuanto llegamos a la cima y nos acercamos a la pagoda. En la estación los camiones no parar de cargar y descargar pasajeros, 10.000 visitantes al día, 40.000 en los días señalados. Lo primero que nos encontramos antes de entrar siquiera a la zona sagrada es la “taquilla para extranjeros”, y como no, los precios han vuelto a subir en los últimos meses… pagamos resignados… podrían darnos una bonificación a los peregrinos que sudando la gota gorda hacemos el camino a la roca a la antigua usanza y dejarnos entrar gratis, ¿no? Seria todo un detalle…

La zona descalza, una  gran explanada abierta al valle rodeada por restaurantes, hoteles y tiendas, era un ir y venir de gente: familias al completo con los abuelos y nietos, grupos de amigos, parejas, monjes… algunos rezaban, enciendían velitas, se sacaban fotografías, otros descansaban protegiéndose del sol o comían en el suelo sobre alfombras de esparto…Pero la mayoría de la gente se concentraba alrededor de la roca dorada. Y cuál fue mi sorpresa al descubrir que a las mujeres no se nos está permitido acceder al recinto de la roca. Llamémoslo tradición, llamémoslo habito cultural, disfracémoslo como mejor nos parezca, vuelve a demostrarse una vez más que religión e igualdad de género son conceptos antagónicos… solo hombres (y niños varones) pueden acercarse a la roca, rezar ante ella, tocarla y como marca la tradición, pegar papelitos de oro para seguir recubriendo su superficie capa tras capa. Las mujeres se tienen que contentar con sacar las fotos tras las rejas…

Como muchos otros extranjeros tuvimos que desechar la idea de pasar la noche en la pagoda. A los turistas no se les está permitido dormir en la explanada con el resto peregrinos burmeses y los hoteles piden precios desorbitados por las habitaciones que no estábamos dispuestos a pagar, así que tras disfrutar del atardecer sobre el valle, volvimos a Kinpun en el último camión del día, y nuestras piernas agradecieron esta decisión Big Smile

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